Sólo dos cosas quiero decir, intensamente imbrincadas en un mismo significante: 


1. Tengo piano, soy el hombre más feliz del mundo.

2. Toquemos piano, lo demás no importa.


Saludos cordiales.

Dijo el profesor Vieytes, un tanto alcoholizado:

Me tienen sin cuidado sus críticas bífidas, afiladas, humorísticas. En el futuro puedo ver un joven igual a él que piensa absolutamente lo contrario, o que encuentra algún tipo de identidad snob o entendimiento en lo mismo que hoy le brinda material de performance. Él crítico, en este caso, es sólo una cuestión de capital simbólico, y de estupidez.

Volvió a decir:

Asistimos al fin de la experiencia. O mejor sería decir que asistimos al reinado de Borges, un reino en donde ya no hay experiencia sino reescritura de la experiencia mediatizada. Así, escribimos sobre lo que leímos, vimos en la tele, escuchamos, navegamos, o imaginamos a partir de estos estímulos. La nueva generación parece ser sólo un viejo asceta –ciego- escribiendo sobre cuchilleros. Y aunque esto no sea en verdad totalmente así –ni se constituya como algo cuestionable en sí mismo-, sorprende que nos sea más fácil entender a un chicano que viola una gringa en la frontera del nuevo mundo, o a un poeta que se pierde en las fronteras, que a un joven de clase alta, frente a su ipod, o a un bailarín de bailanta tomando alcohol de curar con fanta.

El futuro parece estar de nuestro lado, junto al control del aire acondicionado. Donde las condiciones materiales de producción son sólo materia.

 

Luego, con resaca, se retrucó:

Error, la literatura “siempre” es más rescritura que experiencia. Repensar.

Simplemente quieren que te mueras

http://vimeo.com/58638016

No es que quieran que dejes de rotar en una silla giratoria a una velocidad
distinta que el mundo distante, no presentan objeciones a que te sientas
en una órbita original al girar sobre un eje propio, ni que después abras
pensativo una lata cilíndrica de paté haciéndola rotar en tu mano, ellos
también a veces hacen girar sus globos terráqueos y los detienen con el índice
para elucubrar un rato acerca de la región que señalaron al azar
no tienen problema alguno con tu murmurante desiderata sobre
si lo que gira es la lata de paté o el abrelatas, sobre el pequeño disco dentado
que se desprende del resto de esa lata cuando abierta, no quieren ver
tus planes a la hora de otra primavera adjetivada, ni tienen especial interés
en plantarte un dispositivo de rastreo satelital para seguir tus pasos
por ramblas de balnearios atlánticos donde supo haber
videobares, disquerías, locutorios, ni ubican
a esos automóviles contratados por los motores de búsqueda que salen con cámaras
de trescientos sesenta grados en el techo a fotografiarlo todo, no quieren saber
las canciones que almacena tu pequeño reproductor de acero cromado y plástico
blanco, no están necesariamente al tanto del diagnóstico que dice que lo anómalo
no es estar desconectado de la realidad sino, a un nivel macro, estar demasiado
conectado con la realidad, ni esperan que se entienda por realidad un lanchón
de asalto adentrándose lentamente en una mesopotamia, que se entienda por realidad
camelias sobreexcitadas por el viento, por realidad a un grupo de hijos etíopes haciendo
que esperan un micro en una circunvalación específica habiendo perdido toda noción
de especificidad, con sus parkas estropeadas, pasándose un cigarro, clavándose
en la yema de los dedos los dientes de la tapita redonda de una botella que abrieron
recién, no ponen en duda la frágil camaradería nocturna que tejieron hace un rato
comiendo corazones de pollo ensartados en palillos de madera, no contextualizan
ese manifiesto, no teorizan sobre el entumecimiento, no leen todo lo que dice
el vicepresidente de Bolivia, no sintetizan la tenacidad, no acampan a las puertas
de Abisinia, ni azuzan leopardos semidomesticados con el tamborileo de
sus panderetas, no queman tabloides, no se duermen con las manos entrelazadas
sobre el pecho mirando propaganda, ni les preocupa que ahora te pasees
con dulce parsimonia, la almohada todavía marcada en la cara, arrastrando los talones
por los pasillos de un supermercado buscando una marca específica de sopa
de fideos instantánea japonesa, y tampoco es que quieran evitar
que prepares, el temperamento hecho un témpano, esa sopa antes de ponerte
a leer un manual para perfeccionar maniobras de evasión, lo que sea
no, no, no, nada de eso, no
simplemente quieren verte muerto.

(Martín Gambarotta. De la plaqueta ‘Para un plan primavera’, VOX, 2011)

Extracto de una nouvelle a punto de salir del horno!


“Suponte que estás en una isla. Suponte que has naufragado y eres el único sobreviviente –decía el discípulo-. Llevas ya un tiempo en ese sitio, tiempo que vas cuantificando en el tronco de un árbol mediante extraños símbolos que te has creado. Los días pasan, tu lenguaje es una piltrafa, tu mente se atasca. El árbol parece tu única compañía. El árbol y una rana acuática que una tarde has de ver cómo es devorada por un pez feroz. Las cosas no van bien. Para colmo de males, una noche de tormentas álgidas un rayo cae sobre tu árbol del tiempo y acaba con él. No puedes recordarlo, no puedes siquiera volver a hilvanar la imagen de tus propios símbolos. Y sin embargo sabes que hay un número determinado de días allí. ¿Qué haces? Ni para chelas tienes opción, eh. ¿Qué? Montas en cólera, por supuesto. Pero qué más. ¿Procuras inventar un recuerdo?, ¿procuras enloquecer? ¿O, de todas formas, procuras cultivar tu fe? Debes pensar bien y debes pensar bastante. Debes darte tiempo. O en absoluto. Pero de alguna forma tienes que llegar a entender que aunque no lo sepas, alguien lo sabe. Tanto los que vendrán a buscarte en días, o meses, o años, como Dios. Así, tras la estampida, el reposo. Debes creer que en algún lugar del tiempo, alguien conoce tu cifra precisa y que eso es mejor que albergar dudas al respecto. ”