Reclamabas atención para tu capacidad intelectual, artística.
Sospechabas que por ahí venía la cosa… hasta que un día te cansaste.

Desde ese tiempo hasta hoy, sin embargo, sólo has reordenado las letras de la palabra maternidad en tu frente. Y es una lástima no haber estado ahí. Verdaderamente estabas capacitada para eso.  Al menos para ejecutar la parte menos numerosa del acto…

Pero el problema estaba después –o antes-, en el uso deseoso de los verbos copulativos.

En fin, ojalá hayas tenido suerte y alguien sea capaz de leerle Rimbaud a tu abdomen.
Mientras tanto yo voy a seguir recordándote como eras, añorando todo lo que me hiciste feliz, revisitando la mueca sutil de tu enseñanza última.

Quiero decir, guardando una fe sombría en las cosas simples, y personales. Única. Algo así como escribir en una pieza, solo, sin nadie a quien pedirle que alce las palmas de las manos para aplaudir.
¿Habrá algún tipo de conexión entre la foto de Borges que sigue, y Max Brod decidiendo no quemar y -muy por el contrario- editar los papeles de su amigo Kafka?
Se me ocurre que sí, que hay algo revelador en esas dos caras de la que entiendo una misma moneda. Sin embargo en esta siesta agobiante de Córdoba se me hace imposible desarrollarlo. Quedará para después. Para cuando mi inconsciente ceda sus propias conclusiones trabajadas en silencio, y el calor se apiade de los pobres.

Mientras tanto, saquen sus propias conclusiones.