El cuento de los muertos y las naves

Nadie va a venir a buscar las naves. Se van a quedar ahí para escarmiento dicen. El Nene dice que para muestra de nuestra estupidez.
Yo he estado todo este tiempo pensando, tratando de recordar lo que dijo el más viejo, el de las botas nuevas, pero nada. Como si se me quedara atrás, como si el calor entrara a derretir de a poquito todo. Y ya ni idea.
Cuánto habremos estado entre los yuyos, andando, por la tierra. A buen ojo, yo le calculo diez horas. Ya después los días se me han mezclado.
Qué hará que estamos. No mucho, si el Pilito todavía tiene las costras de los chicotazos en los brazos, nuevitas, y a mí recién se me empieza a pasar el dolor. Pero se hace largo.
Por suerte, se ve la ruta. Una liniecita chiquita. Y se ve pasar. Los reflejos al menos. Lucecitas que se prenden, se apagan, van avanzando, desaparecen. Pocas nomás, diez, quince al día. Yo digo bajo el sol, de noche ya no sé. Apenas escucho que llega el camión de relevo, me tiro panza arriba a esperar. Al día, no al sol. Y a que vengan del pueblo a avisar.
Menos mal que ya casi no lo tengo que escuchar al Pilito. Desde que salimos está diciendo y diciendo. Que le tendríamos que haber avisado a Don Antunez ahí nomás. Que para qué le hicimos caso al Nene, si a él todo se lo habían contado, y qué sabíamos nosotros. Que el viejo hubiera arreglado todo, si los amigos de la política. Que hablando la gente se entiende, que qué sonsos y cagones disparando para escondernos.
El Viejo. El Viejo dijo apenas nos vio, eso sí me acuerdo, Allá, abajo del árbol, y sin hablar.
Y se hace largo acá. Estos yuyos no dan sombra y nos vamos achicharrando de a poquito. Ya parecemos asados. Después en la noche ni miro para ningún lado, menos para arriba. Es como si aplastara el cielo, como si las estrellas fueran, lejos, y todo lo demás, lo azul, bajara y bajara. Yo me quedo quieto, de espaldas. No quiero ni pensar, de tanto que he pensado ya no sé si seré yo o qué, pero cada vez entiendo menos.
El otro, no el Viejo, fue el que pegaba. Llegamos, nos bajaron del camión, y ahí estaba esperando. Así que vos sos el pícaro de Las Lomitas, ya te voy a dar que te hagas el gil, y ahí nomás, en la cabeza. Me dejé caer, ya me la veía venir que si me hacía el macho iba a ser para peor. ¿Tenés ganas de hablar?, dijo. Y yo qué le iba a decir. Que sí, pero para explicar, parar decir que nosotros no sabíamos nada, y ahí me dio otra vez en la boca. Quedé arrodillado. Y otra patada en las costillas. Ya se te va a ocurrir qué decir, dijo. Cuando me levanté chorreaba un poquito de sangre, de lo de la frente.
Después nos han ido llamando de a uno. Primero al Pilito, por ser más chico seguro, a ver si lo ganaba el miedo. El miedo, como si sirviera de algo. Yo de acá veía las sombras dentro de la casucha. Uno se movía, iba y venía. El otro quietito y más abajo, debía ser el Viejo. Pero yo no lo podía ver al Pilito y me daba vueltas la cabeza, y la culpa por él, por el Pilito. Ya nada se podía esperar, como si todo pudiera pasar. Y el pibe qué culpa iba a tener. Ahí le empecé a hacer señas al que hacía guardía en la puerta, un gordo que se veía más manso, más tranquilo, uno que cuando habla parece de acá, de la zona. Vino. Le dije que yo estaba como responsable por el pibe, que me iba a hacer cargo. Sí, no se preocupe, dijo. Fue y volvió. Que se quede tranquilo, que ya lo van a llamar, dijo, que decían. Y me agarro una cosa por dentro. Como para estar tranquilo estaba. Qué cosa, irnos a esconder nosotros también.
A la hora, cuando salió el Pilito, se lo llevaron al Nene. Ahí sí me quedé tranquilo, el pibe venía limpiándose la cara con la chomba, pero sano. Que no había dicho nada dijo, de espaldas al milico gordo que nos miraba. Que nos asustamos y empezamos a disparar. Por lo del diario, las fotos, lo que decía de las naves y lo demás. Eso me alcanzó a decir. Y ahí me puse a pensar, ahí me dije que yo también iba a poder decir que nos fuimos por tontos, de puro cagones. Pero claro, miedo de qué me van a preguntar. Y ahí qué digo. Ahí está la cosa.
Encima con este sol. Nos hemos puesto la ropa en la cabeza, pero igual. Baja y baja, y hasta es como si se fuera cayendo en un pozo atrás de los cerros mientras les pega del otro lado a las naves y las vuelve como una sombra enmarcada. Y a algunos nos da por tiritar. Por eso a esta hora siempre apretamos el cuerpo un poco, para que no nos gane el frío.    
Ahora me acuerdo. Al segundo o tercer día recién vino el milico gordo de relevo y nos dio agua, un chiquito. Yo les dije a los otros que de a sorbitos, si no nos iba a dar más sed. Y se iba a acabar. Así tomamos. Pan trajo también. Dos o tres para todos, para todo el día, y así todos los días.
Pobre el Nene, la ligó feo. Diga que no me puedo ni acercar a verlo, que si no. Está tirado de costado, acurrucado. Se ha tapado toda la cara con la camisa. Quieto está, pero por ahí pega como saltitos. Vaya uno a saber qué piensa, qué le pasa por dentro. La que le habrán dado. Y él les habrá dicho todo también, qué más. Y se habrán puesto más pesados también. Porque fue él el que nos vino con el cuento de los muertos y las naves a nosotros, él había visto el diario, y en vez de ir derecho a la comisaria se vino para la casa. Vaya uno a saber.
El cuento de los muertos y las naves. De haber sabido, qué cosa. Pensar que los primeros días las mirábamos y mirábamos. Tan lindo el negro. El Pilito me decía, Diga que no dejaron las llaves, diga que no las dejaron, que si no las salíamos a probar. Y yo me reía para adentro pensando que quería pasearse por el pueblo para monearle a las niñas de la plaza. Qué cosa, de haber sabido les decía que no dejaran nada en el campo, que el doctor Antunez no había avisado y yo no podía tenerlas acá.
Pero qué iba a saber, si vinieron como si nada. Yo andaba entre las parras, podando, y vi la polvareda. Ahí nomás largué todo y me fui a ver qué pasaba. Qué hacía que no lo veía al Horacito. Cómo le va don Riera, le vamos a dejar los dos vehículos, las naves que están en el galpón, sabe. Por las dudas, no diga nada. Ya ha visto cómo es la gente. Nunca le falta tema. Y los otros dos que venían con él decían que sí con la cabeza. En eso llegó el Pilito, que andaba por el otro parral echando veneno, y se ve que le había extrañado el asunto o tenía ganas de hablar con la gente. Y ahí nomás estaba a los saludos con los tres. Cómo no, mijo, vaya tranquilo, le dije.
Vaya tranquilo, lo que son las cosas. Qué habrá hecho el Horacito.
Raro lo que demoran del pueblo, como si no se hubieran enterado. Como si estuvieran muy ocupados en otras cosas. La Mirta, claro, ella qué sabe de esto, mejor que no venga. Pero el doctor Antunez, que no haya aparecido, ni haya leído el diario.
Encima yo que ni me puedo acordar lo que dijo el Viejo de las botas nuevas, y hasta capaz no dijo nada y yo estoy pensando de más de pura ignorancia. Porque del piso, que me acuerde clarito, sólo escuche algo que parecía nada, y ahora se me mezcla todo. Qué cosa.

Los hombres mochila habitaron las colonias de la infancia


                                             I
Sueño con estaciones terminales, con trenes abandonados
La perra llega hasta el vano de la puerta que da al fondo y lame la cara mojada del niño
más allá la tierra seca y el pasto se extienden hasta el alambrado
Alguien pasa silbando, alguien vuelve a casa mordisqueando el pan

¿Existen las plazas en tu loquero personal?

La luz sigue prendida en un quinto piso y son las cuatro en Buenos Aires
por Alem los bultos duermen, resoplan
En alguna parte ella pinta mandalas con pulso firme y
el disco gira sobre la sombra de los nombres

¿Lo gris es el deseo en una ciudad cualquiera?

                                             II
La palabra X es un poste de luz, un río en la oscuridad
en verano le zumban mosquitos y cascarudos
Mientras la leña se quema y crepita, el gordo se cachetea las orejas y esparce las brasas

¿Habrá gestos guardados? ¿Elegantes?

Alguien se encarama en la piedra redonda de Sísifo, llueven postales sobre la casa de una mujer encorvada que barre temprano en las mañanas

 

                                             III

Sueño con un hombre que en un lugar perdido me habla de túneles en la Cañada, de los hombres rana
Tengo los ojos abiertos contra la ventanilla y las manos frías.